Hola, ¿cómo estás? 😊 Antes de avanzar con esta primera entrega oficial del news en su nueva versión, quiero agradecer a todas las personas que me impulsaron a volver y a quienes me llenaron de comentarios alentadores. Quienes me conocen, saben que DHyTecno es un proyecto muy importante para mí porque es donde me permito explorar en profundidad todos los temas que me interpelan.
Sin embargo, estos días pude también saber algo de lo que pasa del otro lado una vez que este correo les llega. Conocí docentes que usan estos textos en sus clases o personas con los intereses, profesiones u oficios de lo más diversos que aprenden y se interiorizan en temas que, de otra manera, les resultan lejanos.
Gracias por todo eso ❤️
De paso, aprovecho para contarte que este año, entre otras cosas, publiqué un librito de cuentos al que di el nombre de “Nadie se prepara para lo que no pasó”.
Ahora, vamos a lo nuestro.
Me acuerdo que una vez, en una clase de la facultad, un profesor insistía con el concepto de “redes sociales digitales” y un compañero levantó la mano para preguntar por qué les decía todo el tiempo “digitales” si ya sabíamos a qué se refería con “redes sociales”. Estábamos en pleno 2009, cuando comenzaba a popularizarse Facebook -que había aparecido hacía un par de años- y apenas un puñado de periodistas y geeks (y estudiantes de comunicación 🙋🏻♀️) se iban sumando a Twitter, la red de microblogging que te invitaba a contar algo en apenas 140 caracteres, todo un desafío.
El profesor respondió que las redes sociales existen por fuera de lo digital. Tejemos redes sociales en todos los espacios que habitamos, en donde nos desenvolvemos todos los días en el mundo analógico. Lo que traían las “redes sociales digitales” era un nuevo espacio en el que seguir extendiendo más redes, de otra manera, con otras características. Con sus oportunidades y sus desafíos. Pero, que nos quede claro -dijo-, esos nuevos espacios no pueden ni deben ser el único espacio que habitemos ni en el que socialicemos.
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Juegos, juguetes y pantallas
Hace unos días me crucé con este video del psicólogo español Alberto Soler, especialista en crianza, en el que se refiere a un dato que llamó mi atención: cada vez hay menos jugueterías. ¿A qué se debe esto? Por un lado, es cierto que la natalidad a nivel global viene descendiendo de manera sostenida desde comienzos de la década del 60 (como se ve en el gráfico, según datos del Banco Mundial).
Sin embargo, esto se suma a otro dato preocupante: las niñas y los niños cada vez juegan menos con juguetes (y juegan menos a juegos simbólicos1) y la infancia, tal y como la conocimos, cada vez dura menos. ¿Con qué juegan? Con pantallas. Según Soler, el juego con juguetes se desplaza cada vez más temprano por el juego con dispositivos electrónicos. El cambio no implica solamente un cambio tecnológico sino un cambio de mentalidad.
Los videojuegos diseñados para estos dispositivos, y todas las herramientas pensadas desde la lógica de la gamificación, como explica Gabo Vinazza en una entrevista con Gala Cacchione, están diseñados para que el usuario ya se encuentre en la acción y que todo resulte sencillo, fácil, atractivo e intuitivo. Tan tan fácil que se vuelva “lo más inconsciente posible”, y en esto radica el problema.
Algo que destaca Soler, y con lo que coincido, es que en realidad los juguetes no son TAN necesarios para que los niños y niñas jueguen. Lo que necesitan es: espacio, tiempo y compañía para jugar sin recurrir a las pantallas como única opción. Un estudio del Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio (AIJU) evidencia que los niños de hoy tienen menos tiempo para jugar que los de hace 25 años, que entre deberes y actividades extraescolares “prácticamente sólo juegan los fines de semana y que sus juegos son mucho más sedentarios”.
Jaume Bantulà, miembro del Observatorio del Juego Infantil (OJI), destaca otra situación que se ve cada vez más en las grandes ciudades: “Antes, lo que los niños hacían al salir del colegio era jugar con otros niños, y ahora su agenda está cargada de actividades extraescolares utilitarias, incluido el deporte, que en lugar de ser una actividad física y lúdica es algo reglado, de modo que los niños no tienen margen para jugar con otros niños en un juego libre, donde no se sientan vigilados ni observados”.
Claro que para que los niños y niñas tengan esa compañía, las familias deberían disponer de espacio y tiempo para poder acompañar, lo que lleva a un problema mucho más profundo que tiene que ver con un sistema que hace que cada vez trabajemos más y ganemos menos dinero para vivir bien. Si trabajamos más, tenemos menos tiempo disponible. Si ganamos menos dinero, muy probablemente no podamos adquirir una diversidad de juguetes para acompañar ese desarrollo en la intimidad del hogar, en forma individual: juguetes didácticos, libros, materiales para el arte y la creatividad, juegos de mesa, juegos para el aire libre o para hacer deportes, entre otros. Todo cuesta cada vez más.
Además de la falta de disponibilidad de los adultos para jugar, especialistas en desarrollo infantil del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) elaboraron un informe donde expresaron que 2 de cada 10 adultos no saben qué juegos son los más adecuados para jugar con sus hijas e hijos.
Es así como el dispositivo electrónico, ya sea una tablet, un teléfono o una consola de videojuegos, termina siendo el espacio en el que niñas y niños desarrollan su juego e incluso su encuentro con sus pares para jugar y vincularse. No voy a ser ni la primera ni la última persona en recordar que si los niños y niñas solo juegan a videojuegos, sentados, quietos y absortos en una pantalla, son más propensos al sedentarismo, el aislamiento, la baja tolerancia a la frustración -por el propio diseño de esos juegos- y el poco espacio para la imaginación y la creatividad -ya que en los videojuegos hay que elegir entre acciones y respuestas ya preestablecidas. Es importante que el juego, el entretenimiento y la sociabilización no queden reducidos al espacio digital.
El uso casi exclusivo de pantallas y videojuegos por sobre otras actividades es algo que viene pasando hace varios años, pero que se aceleró durante la pandemia, y que sirve para entrenar un tipo de comportamiento. ¿O pensamos que es casual que haya explotado la ludopatía en adolescentes? ¿A qué estaban jugando esos adolescentes hace unos años? ¿Cómo lo hacían? ¿Qué tan distinto es eso, para ellos, de lo que hacen ahora en las plataformas de apuestas online? 🤔
❓ ¿A qué jugaban ustedes en su infancia y niñez? ¿Qué tipo de juegos y actividades creen que, como sociedad, deberíamos promover en las nuevas generaciones?
Redes que atrapan
“La manera en que pasamos nuestro tiempo define quiénes somos”, citan Martina Rua y Pablo Fernández en su libro Cómo domar tus pantallas, publicado en 2021. La frase, atribuida al guionista y productor Jonathan Estrin, invita a reflexionar acerca de cómo nos desarrollamos también los adultos en nuestro día a día y cómo trazamos nuevos límites entre el trabajo, el descanso y el ocio con los nuevos modos de interacción que estamos construyendo. ¿Qué hacemos, qué espacios habitamos, con quiénes los compartimos?
¿Alguna vez mediste el tiempo que le dedicás a tu teléfono y a cada aplicación que tenés instalada? Si las redes sociales las usamos para trabajar, para ver en qué andan las personas que queremos y para ver o leer contenido interesante o entretenido, ¿qué otras cosas no estamos haciendo y qué espacios no estamos habitando?
Existen distintos movimientos que ofrecen propuestas y soluciones individuales para lograr un bienestar digital. Desde el movimiento Time Well Spent, el Minimalismo digital, o las Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato de Jaron Lanier (ahí tienen un librito 📚).
Sin embargo, en la actualidad, la posibilidad de desconectarnos es un nuevo lujo y hasta se le puso el nombre de JOMO, del inglés joy of missing out (la “alegría de perdernos de algo”), en oposición al FOMO (el “miedo a perderse de algo”). ¿Y para qué podríamos desconectarnos? Para escuchar o hacer música, cocinar, leer, escribir, meditar, hacer deporte, crear, construir, reparar, salir a caminar, hacer jardinería, mirar por una ventana, disfrutar del aire libre, encontrarse con amigos y familia, contemplar, participar activamente de la vida en comunidad, militar en un espacio político o por una causa que nos parezca justa, manifestar contra las injusticias. Y, por sobre todo, descansar la vista de las pantallas.
La plaza, un espacio público de sociabilización
Para cambiar la situación general y facilitar a niñas y niños más tiempo de juego, Bantulà considera que es imprescindible una transformación de las calles, que la sociedad asuma el juego como un derecho de los niños y se tomen acciones públicas y privadas para crear zonas urbanas infantiles y salas comunitarias de juego en los edificios. Pero no nos limitemos a las actividades para los menores. Las personas adultas y mayores también necesitamos estos espacios.
¿Qué pasa con los espacios verdes en América Latina? A pesar de que en diversas fuentes se repite una supuesta recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que debe haber un mínimo de 9 m² de espacio verde por habitante, esta organización nunca dio ese dato.
Por su parte, la agencia de gobierno británico Natural England recomienda que cualquier persona, dondequiera que viva, debe tener un espacio verde accesible de al menos 2 hectáreas de tamaño a no más de 300 metros de distancia desde su casa, esto es, a 5 minutos caminando.
En cuanto la medición en metro cuadrados, a pesar de no tener un valor concreto de referencia, es evidente la diferencia entre aquellas ciudades de la región que destacan por la cantidad como por la escasez de áreas verdes. Por ejemplo, mientras Curitiba, en Brasil, es un referente mundial en términos de urbanismo sostenible y espacios verdes, con 52 metros cuadrados de áreas verdes por habitante, Buenos Aires, en Argentina, es una de las ciudades peor clasificadas en la región, con un promedio de entre 4 y 6 m² de espacio verde por habitante. En los barrios más densamente poblados como Almagro o Balvanera, este número baja a apenas 0,21 m² por habitante.
Por otro lado, con respecto a la distancia y accesibilidad a un espacio verde, un 12,4% de la población de la Ciudad de Buenos Aires (350 mil personas en 2021) reside lejos de un espacio verde público.
De acuerdo con Pablo Ernesto Grande, sociólogo e investigador del CONICET, “la plaza y la vereda son reconocidos como instancias privilegiadas de socialización barrial en espacios urbanos en la Argentina” pero existen diversos factores que “han puesto en cuestión el lugar del espacio público -y sus instancias de la plaza y la vereda- como espacios centrales de interacción en la infancia urbana”. Algunos de los factores que enumera, son: el surgimiento y difusión de nuevas tecnologías de entretenimiento y juego, la mayor penetración de contenidos televisivos dentro y fuera del hogar, el crecimiento del acceso a internet y la difusión de las redes sociales y redes de telefonía móvil.
En segundo lugar, dice, “cabe destacar el modo en que la relación del Estado con ‘lo público’ ha sido fuertemente transformada durante la década de los 90” y, en tercer lugar, “la plaza y la vereda como ámbitos abiertos dentro del barrio se han visto supeditados a los vaivenes sociales que atravesó el barrio como espacio confiable de interacción: en los procesos de precarización ocurridos en Latinoamérica en los 90, el barrio se vuelve lugar de preocupación ante la inseguridad física en la forma del delito directo, pero también de otros efectos de la desintegración social”.
Beneficios de los espacios verdes
Los espacios públicos verdes promueven el bienestar físico y mental. Pasar tiempo al aire libre ayuda a reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y fomentar el desarrollo social. Además, las plazas y parques facilitan el juego no estructurado, lo que es fundamental para el desarrollo cognitivo y emocional de los niños.
Pero esto no es todo. La existencia de espacios verdes tiene un impacto sumamente positivo en la comunidad en su conjunto, sobre todo para personas adultas y mayores. ¿Por qué? Porque promueven la salud física y mental al ofrecer oportunidades para el ejercicio y la relajación al aire libre, que puede ayudar a reducir los niveles de estrés y mejorar el bienestar general. Además, el contacto con la naturaleza fomenta la disminución de la ansiedad y el aumento de la sensación de bienestar, especialmente en contextos urbanos. Algo no menor es que también favorecen la interacción social en todas las etapas de la vida.
A nivel comunitario, las plazas y parques fomentan la cohesión social al ser puntos de encuentro, donde las personas pueden compartir experiencias, fortalecer lazos y generar redes de apoyo. Estos espacios también proporcionan un lugar para actividades culturales y recreativas, lo que enriquece la vida en comunidad y refuerza el sentido de pertenencia.
Los estudios destacan que reducir el tiempo en las “redes sociales digitales” y aumentar el tiempo en contacto con la naturaleza puede mejorar la creatividad, la productividad y la capacidad de concentración, al igual que fomentar conexiones más profundas y significativas entre las personas.
Además, algo fundamental para cualquier sociedad, es que las plazas públicas funcionan como puntos de encuentro para diferentes generaciones y clases sociales, promoviendo la integración y el fortalecimiento del tejido social.
¿Por qué hay, entonces, menos plazas y espacios verdes en algunas ciudades como Buenos Aires?
Urbanización y densificación: La expansión de la ciudad y la densificación de barrios ha producido un incremento en la demanda de vivienda, lo que ha llevado a la construcción de nuevos edificios en lugar de destinar terrenos a parques o plazas.
Privatización del espacio público: La tendencia a la privatización y concesión de terrenos públicos ha limitado el acceso a plazas. Muchas áreas que podrían haberse destinado a espacios verdes fueron privatizadas o vendidas para proyectos inmobiliarios.
Falta de planificación urbana a largo plazo: La ciudad no ha seguido una estrategia clara para preservar o aumentar las áreas verdes.
Mantenimiento y rehabilitación insuficientes: Muchos parques y plazas han sufrido abandono o falta de mantenimiento adecuado.
Siguiendo a Raymond Williams, si pensamos en una plaza como un espacio y una infraestructura diseñada para cumplir con ciertos objetivos sociales -por ejemplo, fomentar la interacción comunitaria, ofrecer un espacio para la recreación, mejorar la calidad de vida- podríamos decir que una plaza es una tecnología.
Lo que hace falta, entonces, es que quienes tienen el poder de decidir ese diseño, piensen menos en desarrollos inmobiliarios y más en cómo potenciar el verde en el AMBA. Quizás así, con esos otros espacios a donde ir a pasar el tiempo, jugar y tejer redes sociales, resulte más fácil alejarse de las “redes sociales digitales” y de las pantallas. Ideas no faltan.

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Te comparto algunas lecturas que te pueden interesar 📚
“Cómo domar tus pantallas. Claves para el détox digital y el bienestar en la era conectada”, Martina Rua y Pablo M. Fernández (Conecta, 2021). Primer capítulo disponible online.
“The Game”, Alessandro Baricco (Editorial Anagrama, 2019). Disponible en formato PDF (otro librito 📚).
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Carolina
Con respecto al juego simbólico y juegos de rol, es interesante lo que cuenta María Costa, responsable del departamento de pedagogía del Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio (AIJU) y coordinadora de su Guía del Juguete, que ha analizado la evolución del juguete y del juego infantil a lo largo de los 25 años de vida: “En los 90 predominaba el juego de imitación de la vida real y, en consecuencia, el mundo adulto era el tema principal de los juguetes. Hoy predomina el juego de rol de mundos imaginarios.”
Una vez leí el concepto de "chupete electrónico", padres y madres usan el celular o tablet para calmar a los hijos y así ellos tener más tiempo para hacer otras cosas. Y es que nadie tiene tiempo, pero es preocupante que ya se empiecen a ver las consecuencias de las pantallas constantes en niños, como problemas en el habla. Creo que va a ser un problema más profundo en el futuro si no se empieza a tomar conciencia. Si a los adultos las redes ya nos están disminuyendo la concentración y atención, me imagino en los niños.
Había un juego que me estimulaba mucho de chico. Consistía en juntar 4 o 5 sillas, generalmente en casa de mi abuela porque tenían un respaldo muy alto, y tiraba una sábana por arriba creando una especie de gran carpa que me aislaba del mundo exterior. La sensación de jugar ahí dentro, aún con 25 años, la puedo sentir.
Comparto fuertemente el argumento sobre los tiempos. Un adulto sin tiempo tiene menos espacio para promover el juego en las infancias que tenga a cargo. Como también tiene menos fuerza para crear dinámicas distintas que no sean la entrega indiscriminada del celu-chupete al niño. Creo que nuestro Estado debería dar cuenta de esta problemática y generar/impulsar formas y modos que ayuden a salir de esta espiral en la que tanto los grandes como los peques nos vemos prejudicados..